EL MILAGRO DE LA SOLIDARIDAD

Por: Hellen Vásquez Chaparro 

La Casa Ronald McDonald les brinda un hogar a las familias de niños que provienen del interior del país, mientras reciben tratamiento por enfermedades complejas

Muchos de los niños que se hospedan en la casa Ronald McDonald de Jesús María, me cuentan entre sonrisas y juegos, que se sienten más sanos y fuertes. Casi han olvidado la razón que los condujo  hasta allí y yo noto que aprovechan al máximo cada minuto de sus vidas. Camila tiene 12 años, Miguel Angel tiene 6 años y Gabriel, 13 años. Ellos viven con la enfermedad desde hace mucho tiempo. Sin embargo, sus sonrisas hacen notar lo bien que se sienten. Dicen que desde que viven en la casa, los agresivos tratamientos médicos a los que son sometidos, se han vuelto más efectivos y su recuperación se acelera. Lo único que importa es que estén bien.

Camila, Miguel Angel y Gabriel

 

Y es que para ellos, pasar los días en un ambiente alegre, repleto de juegos y libros y decorado con hermosos murales, es mucho mejor que esperar en los pasillos de un hospital. Y los hospitales son tristes.  Ellos llegaron a Lima desde Arequipa, Puno y Piura respectivamente, acompañados de sus madres, quienes también se enfrentan a la enfermedad  y la combaten día a día y no descansarán hasta vencerla. Con mucha valentía, ellas dejaron sus hogares y sus trabajos con el único propósito de ver a sus hijos sonreír, crecer y vivir. Y lo están logrando.

Mariana, Nancy y Doris

 

Con lágrimas de emoción, Nancy, la mamá de Gabriel, me comenta:

“Por un momento la idea de no volverlo a ver me invadió y simplemente, esperaba lo peor. Recuerdo cuando los doctores me dijeron que mi niño tenía un tumor cerebral, no lo podía creer, sentí que me arrancaban el corazón.  Teníamos que operarlo casi de inmediato o sino podría morir, así que lo trajimos de emergencia a Lima desde Arequipa. Antes de entrar al quirófano, Gabriel me decía que todo saldría bien y tenía una imagen del Señor de Los Milagros pegada en su pecho. Yo trataba de no llorar para darle ánimos. Recé y esperé y felizmente, la operación resultó exitosa. Sin embargo, el tratamiento era largo y costoso y no podría estar llevándolo a Arequipa y trayéndolo a Lima a cada rato. Mientras buscaba soluciones, me enteré de que había una casa en Lima donde albergaban a las familias de los pacientes del hospital Rebagliati. Hice las averiguaciones y gracias a la ayuda de personas bondadosas, pude ingresar a la casa Ronald McDonald. Desde que llegamos, Gabriel y yo hemos sido muy bien atendidos, él es más feliz y las temporadas que pasamos aquí, son las mejores para él. A veces me dice que quisiera vivir aquí para siempre. Nos sentimos como en nuestro hogar”.

La recuperación de Gabriel es sorprendente

 

Al otro lado de la sala, Miguel Ángel, un pequeño muy alegre se divierte viendo dibujos animados. A él le diagnosticaron leucemia. Su mamá, Doris, lo acompaña en el tratamiento y juntos viven en la casa Ronald McDonald, mientras esperan el trasplante de médula que será vital para su recuperación total.

“Nosotros vivimos en la frontera con Bolivia y allí, los doctores nos dijeron que esta enfermedad era muy común, pero jamás pensé que podría tocarnos a nosotros. Yo pensé que se iba a morir. Cuando lo supe me sentí confundida y renegaba porque no aceptaba esta situación y mucho menos entendía porque le tuvo que tocar a un niño tan bueno como Miguel Ángel. A veces cuando lo veo sufrir por causa de las quimioterapias, siento que se me parte el alma, quisiera ser yo la que tiene las nauseas y los vómitos, quisiera darle yo misma mi médula, con tal de no verlo pasar por eso. Gracias a Dios, desde que nos quedamos aquí en la casa, mi hijo ha cambiado mucho. Es como si él supiera que es mejor no pensar en su enfermedad y que es mejor jugar y divertirse como un niño normal. En esta casa él se siente recuperado y no es tratado como una persona especial, nos tratan normal y eso lo hace olvidarse de los tratamientos, de las agujas, de los doctores y del hospital. Ahora lo veo y es un milagro que esté con nosotros. Muchos niños no han tenido la misma suerte y nos sentimos bendecidos porque Miguel Ángel está combatiendo la enfermedad. Es mi héroe. Tan pequeño y tan grande a la vez”. 

El pequeño Miguel Ángel solo quiere ser feliz

 

Mientras veo a Miguel Ángel jugar, la pequeña Camila me mira tímida y sonriente. Ella está esperando a que llegue su mamá Mariana. Ellas son amigas y cómplices. Están juntas siempre y no parece que tuvieran que lidiar con la Esclerodermia, una enfermedad degenerativa de la piel y los músculos que afecta seriamente a Camila.

“Mi hija es una luchadora. Tiene una sonrisa tan linda que tan solo con mirarla, me alegra el día. Hemos pasado tantas cosas juntas desde que nos enteramos que tenía este mal. Al principio nos dijeron vitíligo, luego nos dieron el diagnóstico final. Cuando me enteré, sentí que se me caía el mundo porque de mil personas, solo le afecta a una y le afectó a mi pequeña. Cuando comenzó el tratamiento, no teníamos donde quedarnos y el hospital era nuestra casa, allí nos bañábamos y dormíamos en las sillas. Ante la necesidad,  nos tuvimos que alquilar un cuarto en Collique y todos los días hacíamos el viaje hasta el Rebagliati para que le hicieran la fototerapia. El viaje diario la cansaba, la estresaba y no respondía bien al tratamiento. Un día nos enteramos de que existía una casa en donde nos podíamos quedar. Hicimos los trámites y felizmente aceptaron nuestro caso. Hoy estamos alojadas aquí, y cada vez que regresamos, porque Camila tiene que seguir con el tratamiento tres veces al mes, es como si nunca nos hubiéramos ido, porque nos reciben con mucha alegría, muchas de nosotras somos amigas y compartimos muchas experiencias. Camila tampoco se quiere ir, para ella, este es como su segundo hogar. Ella misma de dice que desde que llegamos, se siente mejor y que no le duele nada. Incluso nos vamos caminando hasta el hospital, como que hacemos ejercicio y verla feliz a ella, me pone muy feliz a mí. Todavía hay gente buena en el mundo y nosotras tuvimos la suerte de toparnos con unos ángeles”.

Camila no para de jugar y divertirse

 

Andrea Mejía, vocera de la casa, me invita a realizar un recorrido por las instalaciones mientras me explica  los servicios que brindan: «Una Casa Ronald McDonald es mucho más que un albergue, y mucho más que un hotel que sólo brinda hospedaje. Es un lugar que brinda confort, compasión y convivencia para las familias que pasan por uno de los momentos más estresantes de su vida. Aquí las personas son atendidas pero también cumplen funciones. Es decir, las orientamos a trabajar en equipo para que puedan vivir en armonía. Por ejemplo, Doris, Mariana y Nancy se turnan la cocina para la preparación de los alimentos de sus pequeños, ya que cada uno tiene necesidades diferentes. En el servicio de lavandería, cada una lava su ropa y la ubica en un lugar específico. Los cuartos siempre están limpios y ordenados. Nosotros les damos todas las facilidades para que puedan llevar el tratamiento lo mejor posible y los resultados, tu los ves, todos están contentos. Esa es nuestra mayor recompensa, saber que hemos ayudado aunque sea un poquito, en la recuperación de la salud de los pequeños y nos alegra darles tranquilidad a las madres también».

En la casa Ronald McDonald, estas familias han encontrado un valioso apoyo. No es fácil afrontar la enfermedad de un ser querido, especialmente de un hijo, sin tener a nadie ni a nada para ayudarse. Tanto las madres como los niños, viven el día a día con una preocupación menos y eso los ayuda a salir adelante. No hay depresión, no hay dolor. Solo hay esperanzas de que la enfermedad se irá alejando poco a poco y les permitirá a  Camila, a Miguel Ángel y a Gabriel, llevar una vida normal.